En épocas pasadas, los conocimientos a disposición de la humanidad aumentaban de manera imperceptible, siglo a siglo. Los cambios se hacían poco a poco, sin notarse. No solo costaba descubrir cosas nuevas sino que, una vez descubiertas, tardaban años en darse a conocer alrededor del mundo.
El descubridor de una nueva técnica podía estar seguro de que no tendría que dedicarse de nuevo a ella en toda su vida. La técnica permanecería tal como él la había dejado. Y si, además, la técnica era pública, nadie la discutiría.
Durante la Edad Media, además de escasear las escuelas, no había ninguna que tuviera por objeto una enseñanza permanente, el objeto era "la enseñanza", a secas, principalmente de nobles y clérigos. Muy diferente a nuestra época, en la que no pasa año sin que alguna verdad científica perfectamente establecida caiga de su pedestal y sea sustituida por otra. A esta le ocurrirá lo mismo dentro de un tiempo.
Un buen ejemplo de esto son los descubrimientos técnicos que han tenido lugar durante el siglo pasado: televisión, cine, telefonía, informática,... y que en este siglo no hacemos más que perfeccionar. Dentro de nada van a quedar obsoletos. Lo mismo ocurre con las ciencias. En astronomía, por ejemplo, los nuevos descubrimientos ponen constantemente en duda los conceptos existentes y generan nuevas teorías.
Cada día se incorporan novedades a nuestra vida y nos vemos obligados a aprenderlas. Es una condición indispensable para realizar muchos trabajos. Esto no es exclusivo de las personas que trabajan con tecnología, sino que todos nos tenemos que actualizar, jóvenes y mayores.