El gato birmano es el gato sagrado de Birmania. Se parece al persa y, a veces, se confunde con esta raza. Pero, ¡ya quisiera el gato persa tener una mirada tan bonita! Aunque los gatos birmanos originariamente proceden de Asia, la fama les llegó en Estados Unidos, donde los acogieron con gran entusiasmo.
Las diferencias con los gatos persas son notables: el pelo del gato birmano es de menor longitud, su cuerpo bastante más largo y las patas más robustas y cortas. La cabeza también es muy distinta: ancha, redonda, de gruesas mejillas, con nariz alargada y stop menos marcado que en el persa (el stop es el punto de quiebre entre la frente y la nariz, es decir, la depresión frontal nasal). Los ojos, redondos y pequeños, son de color azul oscuro.
La raza de los gatos birmanos tiene tres características únicas e inimitables: la cola, siempre erguida; la coloración de sus patas, con los extremos siempre de color blanco (o distinto del resto del cuerpo); y los ojos de un hermosísimo color azul zafiro. Para no echar a perder el atractivo de su manto, es importante cepillarlo una o dos veces por semana y darle un remojón sólo cuando es estrictamente necesario.
En cuanto al carácter, el gato birmano es muy inteligente y tranquilo. El refrán "la curiosidad mató al gato" no va con él. Es una raza ideal para vivir en hogares apacibles ya que respeta los objetos de la casa. Adora ser mimado y acariciado, sólo cuando a él le apetece. Soporta mal la compañía infantil y no es amigo de los ambientes ruidosos. No se le debe obligar a recibir cariño, o el rechazo será total.
Como buen felino, en época de celo tenderá a las escapadas, pero no es un incondicional de las excursiones nocturnas, lo que ya es una ventaja importante. Lo desconocido le importa poco o nada, por lo que no hay mucho riesgo de accidentes domésticos.
Existe una bonita leyenda sobre el origen del gato birmano: existió un viejo sabio que vivía consagrado a la diosa Tsun Kyan-Kse en un templo, junto a una magnífica imagen de la diosa, de oro y con los ojos de zafiro, y un gato. Una noche, unos bandoleros asaltaron el santuario y mataron al monje, que cayó a los pies de la divinidad. Entonces se produjo el milagro: el gato saltó sobre su amo en el momento en que este exhalaba su último suspiro, y el alma del anciano pasó al animal. En ese instante la diosa traspasó al gato sus ojos de zafiro y sus reflejos dorados.
• Birmano, un refinado felino de guantes blancos