Las hojas no son un mero adorno de las plantas, sino sus pulmones, además de un admirable laboratorio donde los jugos minerales se transforman en sustancias vegetales.
La savia asciende a través de los vasos conductores del tronco hasta llegar como materia mineral a las hojas, que poseen una sustancia maravillosa de color verde llamada clorofila. Dicha substancia, en contacto con la luz y el calor del sol, se mezcla con la savia y convierte los jugos minerales en almidones, azúcares, grasas,... es decir, los transforma en sustancias orgánicas aptas para servir de alimento a la planta.
La operación encargada de llevar a cabo esta transformación recibe el nombre de fotosíntesis y, para su realización, las hojas necesitan recibir la luz del sol.
Con el fin de asegurarse la luz a toda costa, los troncos de los árboles se elevan hacia el cielo, hasta alcanzar la altura necesaria para liberarse de la sombra que puedan proyectar sobre ellos sus cercanos compañeros.
Es importante que recordemos que las hojas son, además de las fábricas de oxígeno, los pulmones de la planta. Las plantas respiran lo mismo que nosotros. Si encerramos una planta dentro de una campana neumática en la que hayamos hecho el vacio, comprobaremos que, aunque tenga una buena tierra con excelente abono y humedad, al poco tiempo muere por falta de aire.