El laurel es una planta mediterránea que tiene cien usos en la cocina. Se utiliza como condimento aromatizante en recetas de estofados, escabeches, purés, sopas... Interviene en muchos guisos y combina con carnes rojas, aves y pescados, incluso salsas para pastas. También tiene propiedades curativas. Sus hojas, en infusión, alivian las molestias estomacales, reducen la hipertensión y son antisépticos para baños de asiento.
Por ser una planta de hoja perenne, el laurel no tiene problemas de almacenamiento. Se pueden recoger sus hojas durante todo el año para uso en fresco, o hacer ramilletes para secar en otoño, bien sea en la oscuridad o al horno. Las hojas secas tienen un sabor más intenso que las frescas.
El laurel prospera en cualquier suelo normal. Prefiere algo de sol, pero necesita estar protegido contra los vientos fuertes. En climas fríos, conviene plantarlo en tinas que se puedan trasladar al interior en invierno, ya que es vulnerable a las heladas. De vez en cuando, como a cualquier árbol que queramos que prospere, hay que añadirse fosfato o abonarle la tierra.
Los laureles se compran jóvenes, se plantan en invierno o bien se multiplican con facilidad a partir de esquejes semileñosos o de brotes semimaduros. Se puede multiplicar extrayendo los vástagos que brotan desde el suelo con una buena porción de raíces y tierra, para plantarlos en macetas individuales.
Hay que secar las hojas del laurel antes de utilizarlas. Para hacerlo, se colocan en capas en un lugar caliente y a la sombra. Nunca deben secarse a pleno sol. Si las hojas comienzan a rizarse, se pueden apretar un poco bajo una tabla. Dos semanas después del secado se las mete en recipientes herméticos, a ser posible en tarros de vidrio, ya que exudan aceites que después nos pueden resultar útiles para ungüentos aromatizados.