Todos estamos de acuerdo en que la producción de más bienes y servicios conduce a un mayor bienestar de la población. Cuando aumenta la producción, hace falta más mano de obra y hay más gente ocupada, con lo que bajan los niveles de desocupación y de paro. A mayor desarrollo de un país, más producción y más crecimiento económico. Pero, también, mayor es la repercusión sobre el medio ambiente.

Hoy las sociedades asumen la contaminación y la generación de residuos. Están de acuerdo en que éstos deben tratarse e intentar reducir al mínimo. Pero también la población ha de mentalizarse de la necesidad de que los niveles de contaminación en nuestra tierra sean los mínimos posibles, o sea cero. Por suerte, podemos decir que todos luchamos por seguir esta dirección. ¿Todos?

Hay una cierta reconciliación o un punto de equilibrio entre el crecimiento económico y la conservación del medio ambiente, el crecimiento sostenible, que piensa en el bienestar de generaciones futuras y hace a toda la población participe de ello, en la medida de sus posibilidades personales. Como motor de este cambio deberían estar los gobiernos. Deberían, pero no siempre están.

Por nuestra parte, podemos colaborar mediante el reciclaje, que nos permite generar la mínima cantidad de residuos y, de paso, volver a utilizar los materiales reciclados en la producción de compost, vidrio, papel, aislantes, plásticos...

En general, estamos bastante concienciados con la protección del Medio Ambiente. Desde el año 1972, en que se celebró la primera cumbre para aportar soluciones a los problemas medioambientales, en Estocolmo, le han seguido otras como La cumbre de la Tierra, en Rio de Janeiro (1992), o el protocolo de Kioto, en el año 1997. Pero las teorías expresadas en estas reuniones se tienen que llevar a la práctica, si queremos salvar nuestro planeta.