El sodio y el cloro son dos minerales importantes para nuestro organismo. La buena noticia es que se encuentran combinados en forma de cloruro de sodio: la sal de cocina.
Tenemos sal en nuestro cuerpo, cerca de 200 gramos, en la sangre, la linfa, la orina, el sudor y las lágrimas. Eliminamos diariamente cerca de 15 gramos de sal a través de las vías de excreción. Si nos faltara en la sangre, los glóbulos rojos se deformarían y, poco a poco, se disolverían en el suero.
Los animales herbívoros que se alimentan de plantas deficientes en sodio sienten muchas ganas de comer sal. Es frecuente ver en la montaña bloques de sal para las vacas y los bueyes, ovejas, carneros y caballos. Los grandes animales carnívoros, como el león y el tigre, tienen verdadera aversión hacia este mineral. Los perros y los gatos, que generalmente comen alimentos deficientes en sodio tienen ansia de cualquier comida salada.
La sal es un poderoso antiséptico y su falta resulta perjudicial para el organismo. No es bueno seguir una dieta muy baja en sal solo por seguir la moda, o porque queramos bajar la presión arterial, o para auxiliar el funcionamiento del corazón. Tanto el sodio como el cloro, componentes de la sal de mesa, son necesarios, a menos que una persona esté bajo cuidadosa observación en un hospital, debido a síntomas iníciales de un colapso.
Cuando realizamos alguna actividad en la que hay una excesiva pérdida hidrosalina, sentimos calambres, astenia y una eficiencia muscular disminuida. La ausencia de sal de cocina es nociva para la salud, por un lado, y el exceso, por otro, afecta seriamente a los riñones y al corazón, acarreando varias enfermedades.
El doctor Farret, médico francés, sostiene que un exceso de sal provoca cataratas. Los árabes, que consumen poca sal, son inmunes a ésta enfermedad.
Dejando aparte su aportación de cloro y sodio, la sal común no favorece en nada más nuestra salud. Es mejor sustituirla por la sal marina, que contiene muchas sustancias naturales y aporta yodo.