En el artículo sobre verduras de ensalada prometimos dedicar un monográfico a la lechuga. Como lo prometido es deuda, ¡aquí lo tenemos! Manos a la obra...
Las lechugas se cultivan desde hace mucho tiempo, tanto que han aparecido diferentes variedades ya establecidas. Las más comunes son tres: la lechuga arrepollada, que es verde por fuera y tiene hojas que forman un cogollo blanco cerrado; la lechuga romana que tiene hojas alargadas y forma un cogollo suelto; y la lechuga de hoja mantecosa que tiene las hojas verdes y tiernas en un cogollo aplanado.
Las lechugas se siembran directamente en un bancal de tierra, en el de siembra o en una caja de semillero para trasplantarlas después. Las semillas germinan sólo en medios frescos y húmedos. Si la región donde estamos es cálida conviene colocarlas entre dos hojas de papel secante y meterlas en la nevera durante cinco días antes de plantarlas.
Las plantamos separándolas 25 cm en hileras distanciadas 30 cm, ya que hay que dejar 20 cm alrededor. No se siembran ni se plantan en hileras con amplios espacios entre ellas. Se trabaja en triangulo de manera que las plantas crezcan en matas. El efecto global es el de filas diagonales muy juntas. El espacio que se deja entre las plantas en cualquiera de las direcciones es mucho menor que con las hileras tradicionales.
El objetivo básico es espaciar las plantas de modo que sus hojas se toquen cuando maduren, lo que crea un mini clima que, cuando el tiempo es seco, conserva la humedad.
De esta forma, también nos cargamos las malas hierbas; antes de que las plantas se toquen pasamos la azada, o mejor aún, se escarda a mano. Al estar la tierra tan húmeda, no nos costará arrancarlas, incluso con raíces. Hay que añadir una buena cantidad de compost al suelo o comprobar si contiene turba o compost, si cultivamos las lechugas en recipientes.
Las lechugas se cogen jóvenes o viejas, cuando se las necesita, pero conviene recordar que, si se las deja demasiado tiempo, pueden granar prematuramente.