En algunas zonas muy pobres en sales nitrogenadas, existen ciertas plantas curiosas que recurren a la caza de insectos para lograr el nitrógeno necesario para su nutrición. Aunque no comen exactamente carne, las llamamos carnívoras.

En la actualidad se conocen unas seiscientas especies de estas plantas carnívoras, provistas de muy diversos sistemas para capturar y digerir a sus víctimas.

Entre ellas la grasilla o tiraña, que impregna sus hojas con un líquido viscoso donde quedan atrapados los insectos.

La drosera posee unos pelos que hacen el oficio de verdaderos tentáculos. Ante la preséncia de un insecto se encorvan sobre él, enrollándolo sin posible escapatoria. La drosera es capaz de capturar dos mil moscas en un solo verano. Es tan voraz que puede ser alimentada artificialmente con trocitos de carne o huevo duro.

Las hojas del atrapamoscas constituyen un autentico cepo, donde queda enrollado el insecto que haya cometido el descuido de rozar alguno de los seis pelos sensibles que ponen toda su maquinaria mortal en movimiento.

Las hojas de la articularia flotan sobre mansas superficies de agua dulce; pero basta que algún insecto roce ingenuamente uno de los largos filamentos de la planta, para que toda ella se convierta en una autentica aspiradora, que arrastra a la victima hacia el interior de su pequeño buche.

El nepente es una planta tropical que caza mediante trampas. Sus hojas, en forma de cántaro, recogen el agua de lluvia. La boca de éste cántaro tiene unos bordes tan deslizantes que los insectos, cuando se posan en ellos, resbalan y caen en la trampa.

Estas plantas carnívoras realizan la digestión de sus víctimas mediante un jugo ácido, semejante a nuestros jugos gástricos. Su clorofila les permite realizar, gracias a la fotosíntesis, una vida independiente, pero sus raíces no son capaces de absorber todo el alimento mineral que necesitan para su perfecto desarrollo.