Desde tiempos remotos, los seres humanos han dedicado parte de su tiempo a exfoliarse la piel con métodos diversos. En un tiempo no tan lejano se utilizaban productos naturales, como el azúcar, cuyos granitos realizaban la labor de abrasión que un exfoliante requiere. Todavía sirve, claro.
Hoy en día, la mayoría de casas de cosmética disponen de distintos exfoliantes adaptados a cada tipo de piel. La oferta, pues, es amplia y adaptable a todos los bolsillos.
La exfoliación no es más que una limpieza en profundidad que, realizada con suavidad, aporta múltiples beneficios, entre ellos, una óptima regeneración epidérmica. Con la exfoliación se retiran las células muertas, un proceso que la piel realiza de forma natural, aunque con los años se va ralentizando.
Cuantos más años se tengan, mayor debe ser la frecuencia con la que se exfolie la piel. Además, si se tiene la piel grasa, la frecuencia debe ser más alta que si la tenemos seca. A modo orientativo, para pieles de normal a grasas menores de cuarenta años, es suficiente con una exfoliación quincenal. A partir de los 41 años, la frecuencia debe ser semanal.
En el caso de pieles secas jóvenes, una exfoliación mensual es la cadencia más adecuada. Para las pieles secas maduras, la frecuencia debe ser mayor, en torno a una vez cada quince días.
Es recomendable la exfoliación tanto en el cuerpo como en el rostro, aunque los productos son distintos dependiendo de la zona del cuerpo que se vaya a tratar.