La cabra montesa tiene la apariencia típica de un caprino, con los habituales rasgos de un animal robusto: las patas cortas, el cuello musculoso, la barba de pelos duros, las orejas cortas y los ojos de color miel, bonitos pero inexpresivos.
Tiene pelaje de verano y de invierno, el primero muy corto y de color pardo mientras que el de invierno es más largo, tomando una coloración grisácea. El pelo tiene con frecuencia manchas negras en las patas, pecho y flancos, variable según las subespecies.
Esta especie marcha por las rocas con una formidable adaptación, gracias a sus magníficas patas. Las pezuñas, en continua renovación para compensar el desgaste, tienen un borde exterior córneo extraordinariamente duro, y una zona interna dura antiderrapante. Según necesitan pisan con calzado duro para trepar por las rocas, o con suela blanda para evitar resbalones.
La falta de pliegue entre los dedos permite una gran separación y autonomía entre los dos dedos principales, además de una cierta utilización de los dedos posteriores rudimentarios. Estos animales son unos escaladores natos.
En la cabeza tienen los atributos de su nobleza: dos soberbios y largos cuernos, curvados o retorcidos, de forma variable según la raza, adornados de grandes rugosidades anulares prominentes en el borde frontal. La cornamenta aparece a los pocos meses de vida y va creciendo rápidamente, con nudosidades anuales, hasta los ocho o diez años, en que disminuye su crecimiento, para estabilizarse totalmente a los catorce, quince años.
Los cuernos de un macho totalmente desarrollado de cabra montés ibérica pueden alcanzar los 90 cm. En las hembras es algo menor, al igual que su cuerpo, más pequeño.