En los vehículos a motor, la batería de arranque es un acumulador, que se compone de varias celdas donde se reúne la energía eléctrica (corriente continua). Esto es posible gracias a las propiedades electrolíticas del ácido sulfúrico, descubiertas en 1782 por el científico Italiano Alessandro Volta. La energía eléctrica puede ser acumulada por si misma únicamente por poco tiempo, por ejemplo, en un condensador.
En las baterías de los coches, los electrodos son de plomo. Como electrolito se usa ácido sulfúrico diluido. En estado de carga, el polo positivo (ánodo) está compuesto por dióxido de plomo; el polo negativo (cátodo), por plomo metálico. Cuando a los polos de la batería se conecta algo consumidor o conductor, la corriente eléctrica fluye del polo positivo a través del consumidor o conductor hacia el polo negativo.
En las placas se crea sulfato de plomo, que origina el gasto del ácido. Queda agua que diluye al electrolito, disminuyendo su peso específico. Por este motivo es posible medir el estado de una batería mediante un medidor de ácido. El cátodo suelta oxigeno, mientras que el ánodo se desprende de hidrogeno, ambos elementos en forma de gas. La mezcla resultante es un gas explosivo, de ahí la prohibición de fumar en las salas de baterías.
Una batería de un coche puede ser cargada a base de suministrarle corriente eléctrica desde otra fuente de energía, desarrollándose entonces una reacción química a la inversa.
Cada batería lleva inscrita una combinación de cifras: la primera de ellas indica la tensión, medida en voltios. La segunda cifra indica la capacidad, o sea, el rendimiento de la batería, medida en amperios por hora. La tercera cifra indica la corriente eléctrica que la batería es capaz de suministrar a una temperatura de -18º C, sin que la tensión disminuya por debajo del valor indicado. Durante el invierno, este valor adquiere mucha importancia ya que, cuanto más alto sea, mejor será el arranque en frio del acumulador.