La sal de cocina nos suministra, casi en su totalidad, el cloro en la alimentación. Pero además hay otros alimentos que lo contienen y forman parte de una dieta "normal", cómo son la alcachofa, lechuga, olivas verdes, zanahoria, patatas, cebolla, escarola, espinacas, naranjas, lentejas, huevos, pepino, y los rabanitos.
Encontramos el cloro en la naturaleza solamente en forma combinada, sobre todo con el potasio, el sodio y magnesio. El cloro se encuentra distribuido por nuestro cuerpo en las células, en las secreciones y en los líquidos extracelulares.
La absorción del cloro se realiza a través de la mucosa intestinal y lo expulsamos por medio de las heces y el sudor, aunque la mayoría del cloro lo expulsamos por la orina. En la sangre aparece cómo cloruro de sodio.
El cloro desempeña un papel importante como constituyente en los jugos gástricos, pancreáticos, entéricos (pertenecientes o relativos al intestino) y de la bilis.
La falta de cloro en el organismo está acompañada por dolores en los huesos, hambre constante, entumecimiento del abdomen, miembros pesados, sensación de calor en los riñones, sueño angustioso con gemidos y gruñidos, piel verde-amarilla, orina sanguinolenta y postración nerviosa.