La tundra es la inmensa franja de tierra que se encuentra entre la región de los bosques y el país de los eternos hielos polares. La tundra se extiende, desnuda de árboles, al norte de Canadá, Siberia, Rusia, Países Escandinavos y parte de Alaska. No es que falten las montañas y los ríos como en la tundra siberiana, o rocas cuarteadas por el hielo como en la tundra canadiense; pero, en general, no es más que una monótona planicie agobiada de lagos y charcas que cubren la mitad de su superficie.
La tundra yace bajo el hielo durante nueve meses. Solo quedan algunos montículos de apenas 100 metros de altura que fueron montañas y el hielo ha raido durante milenios. A partir del mes de septiembre, el sol apenas se ve en la línea del horizonte y las noches son interminables. Las charcas y lagunas se cubren de hielo y los ríos detienen su curso ateridos por el frio. Llegan las nieves, y el cielo y la tierra quedan sumidos en un inmenso vacío.
Cuando llega diciembre, el sol deja de salir en las regiones que están por encima del Círculo Polar. El frío es insoportable y la noche se hace eterna, no conoce más alivio que el de los espectrales reflejos de la aurora boreal.
A finales del mes de mayo vuelve el sol a asomarse en el horizonte y su luz no abandona la tundra helada durante todo el periodo estival. Con el calorcito, las nieves se funden y los hielos resquebrajan su costra, dejando al descubierto las pestilentes charcas anegadas de musgos y líquenes.
A mediados de junio el suelo reverdece. Como por arte de magia, brotan las flores (nomeolvides, amapolas...) y las márgenes del rio y los bordes de los lagos se revisten de oro y esmeralda. Entonces llegan las aves migratorias desde el sur y en el aire se oye el zumbido de los insectos.
Pero el periodo estival es muy corto. Cuando a finales de agosto empieza a soplar el frio del otoño, los campos pasan de ser verdes a teñirse de un color rojo-amarillo y, más tarde, a quedar sepultados por las primeras nieves que llegan en el mes de setiembre. Ha vuelto la tundra.